Hay flores alrededor de las cuales surgieron culturas enteras, flores con una historia a sus espaldas que valen un imperio, flores cuya forma, color y aroma reflejan, como los buenos libros, lo que han sido nuestras ideas y nuestros deseos a través del tiempo.
Es mucho pedir a una planta que adopte los cambiantes colores de los sueños humanos y quizás esto explique por qué sólo un pequeño puñado de ellas ha demostrado ser lo suficientemente flexible y servicial para esta tarea. La rosa, obviamente, es una de ellas; la peonía, particularmente en Oriente, es otra, y las orquídeas, desde luego superan a todas.
Son las reinas del mundo vegetal, muy versátiles y por ello han sobrevivido a las vicisitudes de la moda para ejercer su soberanía.
¿Y que es lo que distingue a estas flores de esa legión de flores silvestres que pueblan el mundo? Sin duda la diversidad de las primeras.
Hay flores que están muy bien, como la amapola, la malva, la campanilla y tantas otras, pero simplemente son lo que son, flores singulares dotadas de una identidad que sólo da pie a un pequeño número de cambios simples. Durante un tiempo pueden aparecer de moda, pero si no hay cambios en su imagen, se quedan anticuadas y se les olvida.