Estoy en depresión postvacacional, y no por el trabajo que se avecina que es más bien ninguno, sino por lo ocurrido en estos últimos días. Montecarlo ya me dejó tocado, a mi el príncipe no me gusta nada, y entonces puse mis expectativas en las procesiones-desfiles-manifestaciones de la Semana Santa malagueña que esperaba ver con mis cuñados, Carmen Martín entre ellos. Nada de todo eso pudo llevarse a cabo. La lluvia y los imponderables hicieron que me quedara en casa viendo caer las gotas de agua tan raras en esta tierra de sol. Pero el Jueves Santo, viendo por televisión que sale a la calle la Soledad de Mena estrenando un magnífico manto, obra de arte orfebre de mi amigo Salvador Oliver, cojo el paraguas y me lanzo en busca de ese trono, con el agravante que esta virgen sigue a la Legión, y eso hace imposible acercarse para hacer una foto. Yo estaba en cuarta o quinta fila resignado, y cuando terminó de pasar la Legión, todo el mundo se fue y me dejaron en primera fila ¡Alegría! Me propongo sacar las fotos mas impresionantes del manto. Frustación enésima: como han caido unas gotas al manto le han puesto un plástico. Con el rabo entre las piernas, perdón, cabizbajo me vuelvo a casa. El sábado David gana a Almagro. ¡Ya está! Este año el Conde Godó es para David. Hasta el pequeño Xavi, su sobrino, está sentado en la pista central. Pero llegan las horas de la tarde del domingo y mi posición en el sillón televisero es cada vez más hundida, hasta que termina en un 6-2, 6-4 a favor de dios. Está claro que los humanos no podemos ganarle a dios ¿O sí?. Galleguiños ¿me dáis la razón?
Hoy ha salido un sol espléndido y me voy a hacer unos cuantos kilómetros en busca de una nueva ilusión: perder algún kilito acumulado en el sillón televisero.